La minería romana del lapis specularis jugaría en los inicios del Imperio, durante el siglo I y comienzos del siglo II d. C., un papel destacado entre los materiales lapídeos demandados e incorporados en los programas arquitectónicos puestos en marcha, sobre todo en las ciudades, especialmente por la necesidad de amplios ventanales que dejasen pasar la luz y el sol, permitiendo igualmente la visión exterior y asegurando el confort climático. Es en esta coyuntura, donde el yeso especular se hizo sitio como uno de los mejores materiales que cumplía con las características requeridas y, en donde las minas de cristal de Hispania, de mayor producción, y con un mineral de más calidad y transparencia que los de otras zonas, se impondrían en los mercados haciendo de este recurso un producto versátil e imprescindible en muchas de sus aplicaciones.